domingo, julio 25, 2004

Los acantilados de Maro


En la Costa del Sol, justo en la frontera entre las provincias de Málaga y Granada, aunque mayormente situados en la primera,hay una zona de acantilados,de unos doce quilómetros de longitud,conocidos como los acantilados de Maro, o las calitas de Maro, por la cercana población del mismo nombre, pedanía del ayuntamiento de Nerja y donde se sitúa la famosa cueva. En algún lugar había leído algo sobre tal paraje, pero, aunque había pasado por allí, no me había detenido a verlo nunca. Anteayer, sin haberlo tenido previsto, decidí que la ola de calor que estamos pasando, y el hecho de ser viernes, eran unas magníficas excusas para visitar nuestro cercano litoral y comprobar si, como dicen, las playas que se forman entre los tajos, donde algún barranco desemboca en el mar,son una isla de tanquilidad en una costa tan masificada como ésta. A eso de las tres de la tarde, solo, como es mi sino, con un calor insoportable, cogí mi coche y allí me dirigí. Los acantilados están junto a la nacional trescientos cuarenta, y abarcan desde poco antes de la fontera entre las mencionadas provincias -yendo desde Granada hacia Málaga- hasta poco antes de la citada población de Maro. Provisto de la hoja correspondiente a la zona del mapa topográfico nacional recalé primero en Maro, donde tomé café. Cambié el sentido de la marcha - es decir, que tomé la carretera nacional trescientos cuarenta en sentido Granada, lo que es obligado si se quieren visitar los acantilados- y, efectivamente, a los pocos quilómetros vi un cártel anunciando un mirador en el que me detuve. Vi dos de las torres vigías que allá por el siglo XVI se construyeron para vigilar la costa y evitar la piratería y vi, unos metros debajo de donde yo estaba,la playa de las Alberquillas, que, pude confirmarlo, no estaba masificada. El secreto está en que no se puede acceder a estas playas en coche, sino que hay que dejarlo junto a la carretera, o en el mismo mirador, y bajar andando. Es así porque la zona esta protegida, es un paraje natural. Quizá sea ese el secreto para evitar que las playas se masifiquen y a la vez permitir que se bañe todo el que lo desee, impedir acceder a ellas directamente con coches. Sería una magnífica medida, ciertamente. El caso es que pasé la tarde así, mirando los acantilados. También bajé, por curiosidad, a una de las playas, casi vacía, aunque en este caso por la hora ya tardía -más de las nueve. Por cierto que en el camino de bajada me crucé con diez o doce personas todas ellas extranjeras. Me pregunto si no estarán esas playas ocupadas sólo por extranjeros. Ya lo comprobaré. Finalmente visité Almuñécar, ya de vuelta, por cuyo casco antiguo paseé. También pude ver, ésta vez desde el coche, el mercadillo nocturo que organzian en Salobreña ciertos días de la semana, debe ser que el viernes es uno de ellos. No tuve problemas de tráfico para regresar, aunque en sentido contrario la cola no bajaría de los veinte quilómetros. Llegué a mi chabola a eso de las doce de la noche.
Hay disponible información de la Junta de Andalucía sobre el paraje, incluyuendo mapas con los límites de la zona protegida y una galería de fotos, en la siguiente dirección
Pínchese aquí.

lunes, julio 19, 2004

El dieciocho de julio

Espoleado por la lectura de "posts" de alabanza a Franco en algunos foros, con motivo del aniversario del por ellos considerado "glorioso" alzamiento nacional, mi pensamiento se ha dirigido, no podía ser de otro modo en un republicano convencido, hacia la República, lo que significó, lo que fue, lo que pudo haber sido y no fue, cómo nació y cómo murió.
Y precisamente, en relación con esto último, me doy cuenta de que la figura de Franco, cuya personalidad y facetas tanta atención han despertado, jamás, que yo sepa, ha sido contemplada desde un punto de vista que, para mi, es el más relevante, el de Franco como felón. Porque se ha hablado mucho de Franco como asesino, como torturador, como dictador, otros lo consideran un héroe, pero nadie parece caer en la cuenta de que Franco fue, ante todo y sobre todo, un traidor. Como a todos los militares, al general Franco se le exigió jurar fidelidad a la República. Como alternativa a los que no quisieran, en conciencia, trabajar para el nuevo régimen, se les ofreció, en un acto de generosidad que sólo un régimen puro, limpio, como fue la República, podía ofrecer, la posibilidad de un retiro, sin merma de sus retribuciones económicas. Pero no aceptó, él juró fidelidad a la República. Si se estaba en contra del régimen republicano hacer lo contrario, es decir, no jurar, retirarse de la vida militar y, quizá, emprender una carrera política, habría sido algo honrado, decente. Pero, no, es mejor jurar, hacer como que se acata, conservar así el poder, y después traicionar, cometer perjurio contra ese juramento. Eso fue, justamente, lo que él hizo. Igual que los ladrones, igual que los asesinos, los generales, con Franco a la cabeza, a escondidas, de noche, a traición, tramaron el plan que acabaría con la República. Qué fácil es ganar una guerra de ese modo, qué sencillo es, cuando uno asesta un golpe por la espalda, acabar con el contrario. Lo que esos generales hicieron es comparable a lo que haría alguien a quien se contrata como guardaespaldas y se le entrega una pistola para proteger a su defendido, y, con esa misma pistola, aquél, yendo unos pasos detrás de él para protegerlo, por la espalda, mata a su empleador. Eso, justamente, hicieron. Disponían de armas, armas que no habían fabricado ni pagado ellos, sino que pagaba el pueblo trabajador, el pagano siempre y en todas las circunstancias; y disponían de ellas para defender a la República, no para atacarla, y así lo habían jurado. Pero por encima de toda fidelidad, por encima de todo juramento, Franco y sus compinches se revelaron contra el poder legal, legítimo y democrático. Los perros no suelen morder la mano que los alimenta, pero parece que esos generales se quedaban muy por detrás de un perro. Azaña fue quien nombró a Franco teniente general, y éste le mostró su agradecimiento revolviéndose contra él. Cuánto más no le habría valido a Azaña firmar la sentencia de muerte de Franco, que no ese nombramiento. Para algunos hombres la fidelidad a la palabra dada, al juramento hecho, es más importante que su propia vida, porque para esos hombres, personas de honor, su palabra vale más que el dinero, más que cualquier bien material. Qué lejos quedan esos generales de esas personas.
Franco fue para la República traidor y perjuro. Así era el individuo que mató al más puro régimen que ha conocido España y que mantuvo secuestrada la voluntad popular cerca de 40 años.